El pasado mes de Diciembre permanecí 6 días sobreviviendo en la isla filipina donde Hiroo Onoda estuvo escondido durante tres décadas creyendo que la II Guerra Mundial no había aún terminado. Esta historia nos recuerda de manera notable a la de Ho Van Lang y su padre en la jungla vietnamita.
Hiroo Onoda –oficial japonés que luchaba para el imperio- fue enviado a la isla de Lubang en 1944, ya sobre el final de la guerra. Sus consignas para él y sus hombres eran no rendirse jamás, introducirse en las líneas enemigas, llevar a cabo operaciones de sabotaje y sobrevivir de manera independiente hasta que recibiera nuevas órdenes.
Tras la rendición de Japón en 1945 con las bombas de Hiroshima y Nagasaki, Onoda y dos de sus compañeros siguieron luchando escondidos en la selva y convencidos de la guerra aún no había acabado.
El ejército Filipino, -que pasó más de 2 décadas intentando dar caza a estos 3 hombres- consiguió matar a dos de ellos, por lo que Onoda se quedó los últimos años viviendo en solitario.
Durante 3 décadas Onoda sobrevivió de lo que encontraba en la selva, disparando al ganado y robando a los pocos nativos valientes que se atrevían a acercarse a las montañas de la isla.
Fueron varias las expediciones de japoneses que fueron en su búsqueda, pero Onoda -que sufría una desconfianza patológica- los confundía con espías enemigos. Durante años se lanzaron panfletos desde aviones y se realizaron otros esfuerzos sin éxito para convencerlo de que el ejército imperial había sido derrotado.
Sus manías paranoicas llegaron a tal extremo, que incluso llegó a ignorar a su hermano por ser este otro traidor vendido al enemigo y el cual vino de Japón para convencerlo.
Fue necesaria la visita de quien fuera su comandante para que, en marzo de 1974, Onoda pusiera punto final a su absurda guerra personal. El relevo de la misión por parte del comandante que le asigno la misión 30 años atrás fue la única manera de que este hombre se rindiera. Tenía entonces 52 años y había malgastado media vida.
Aunque Japón entero recibió a Onoda como a un héroe, a mí nunca me gustó este personaje que hizo la vida imposible a los habitantes de la isla y destrozando a decenas de familias.
Durante mis días en Lubang, pude recoger los testimonios de diferentes personas que tuvieron algún ser querido asesinado a manos de Onoda. Muchos de estos crímenes fueron realizados con alevosía. Aunque teóricamente lo hacía por su emperador, la realidad es que Onoda era un sanguinario que trataba con profundo desprecio a los nativos de la isla.
Fueron 30 años en los que Onoda no vivió, pero tampoco dejó vivir. Tres décadas malgastadas luchando contra un enemigo inexistente. Su día a día fue un absoluto calvario: dormía muy poco, vivía en constante alerta y siempre desplazándose de un lado a otro de la jungla. Nada que ver con otras historias de náufragos donde siempre es posible encontrar ciertos momentos de romanticismo por muy desesperada que fuesen sus experiencias.
Aunque su hazaña de supervivencia impresiona, mi estima y admiración por este ‘náufrago’ no tiene nada que ver con otros que existieron en el pasado. Por eso nunca intenté reunirme con él en Tokio cuándo estuve allí y Onoda aún seguía con vida hace solo 3 años.
En los próximos años publicaré el artículo completo de mi experiencia en la isla de Lubang. Mientras tanto podéis seguirnos en Facebook
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