Las escalofriantes condiciones de los barcos que descubrieron el mundo en el Siglo XV

Sep 22, 2011 · Docastawayers en el Pasado

A menudo se piensa que las expediciones que realizaban los europeos en las primeras exploraciones del mundo en el siglo XV, resultaban ser un liviano viaje por mar. Y aunque sin duda se trataban de las aventuras más fáscinanates que un ser humano ha llegado nunca experimentar, lo cierto es que las miserias, el hambre y las penurias que tenían que soportar la tripulación en unas condiciones más que infrahumanas, permanecieron durante varios siglos.

Sorprendentemente, y en contraste con el esfuerzo en mejorar las embarcaciones y en conocer y dominar las rutas y la climatología de los viajes, a lo largo de las décadas de máximo desarrollo de la Carrera a las Indias, no se mejoraron las condiciones alimenticias o de salubridad e higiene en los barcos. Imaginaros esta terrible situación en viajes que podían llegar a durar un año sin tocar tierra, el latitudes tan inhóspitas y desconocidas como las del Índico o el Pacífico.

A la semana, el agua para beber apestaba

El alimento principal era el bizcocho -una masa de harina de trigo cocida varias veces para que se mantuviera mas tiempo-, la carne o el pescado salados, el agua y el vino. Rara vez se consumían alimentos frescos, aunque generalmente se embarcaban animales vivos (gallinas, ovejas, cerdos e incluso vacas) que se iban matando durante los meses de travesía. Se pescaba, pero en alta mar la pesca no abunda. Y la fruta y la verdura se consumían durante los primeros días porque se estropeaba mucho mas rápido de lo normal debido a la humedad y el calor. Se cocinaba una vez al día, cuando el tiempo lo permitía, sobre un lecho de arena en el combés de la nave (con gran riesgo de incendio) o en algunas naves en un fogón central. Los alimentos se distribuían entre el pasaje y la tripulación mensualmente, a excepción del agua, el vino y el bizcocho, que se recibía a diario ( unos 750 gramos de bizcocho y un litro y medio de vino aguado). Los alimentos, obviamente, no eran suficientes para todo el viaje: a la semana, ya faltaba el agua o ya no se podía beber porque apestaba (si no lo hacía, era mala señal: quería decir que había entrado agua salada en los barriles).

Incluso se dieron casos, y no pocos, que para ahorrar en el financiamiento de las expediciones, se abastecían las naves con menos de lo necesario, o se cargaban alimentos en malas condiciones puesto que resultaban más baratos. También el gran número de polizones clandestinos que viajaban en los barcos y los sobornos para conseguir más espacio para mercancías en detrimento del de los alimentos, provocaban la escasez prematura de víveres y obligaba a las naves a abastecerse durante el recorrido. El hambre y la sed eran intensos; tanto que los hombres llegaban a comerse cocidas las partes de cuero de las arcas, sus alpargatas o las ratas que corrían por el barco, y hasta se tiraban al mar enloquecidos por la sed.

A la mala alimentación se sumaba la falta de higiene. Los retretes no existían y las necesidades fisiológicas se realizaban por la borda (sujetándose con las cuerdas o con navío) o en la bodega que en climas cálidos emanaba gases venenosos,y el olor nauseabundo provocaba vómitos entre los tripulantes; el embarque de animales vivos en espacios cerrados y sin ventilación evidentemente empeoraba las cosas; los alimentos se estropeaban y se llenaban de gusanos ; y las ratas y las cucarachas corrían a sus anchas por todas partes.

 

Uno de los narradores del viaje de Magallanes, el italiano Antonio Pigafetta, recoge en su crónica que, durante los larguísimos cuatro meses de navegación por el Pacífico tras pasar el estrecho sudamericano, el bizcocho que comían no era más que polvo mezclado con los gusanos que habían devorado toda la sustancia, y que, además tenían un olor insoportable, ya que estaba impregnado de orina de rata.

La escasez de agua impedía los ya de por si insuficientes, dada la época, hábitos de higiene corporal, si no es que se llevaran a cabo con agua salada, y, como fácilmente se puede deducir , tampoco se podía lavar la ropa. Como consecuencia las plagas de piojos y de chinches eran frecuentes, sobre todo en zonas calurosas, de sarna, y de pulgas, que aunque es el insecto que menos molesta a los navegantes, han habido plagas de tal magnitud que ha obligado a la tripulación a echarse al agua. La imagen alcanza parámetros surrealistas si se añade el olor, a la humedad, a alimentos podridos, a animales y el que emana de los cuerpos de los hombres obligados a convivir en espacios muy reducidos durante largos períodos de tiempo. Y eso, sin querer imaginar lo que debía ser un barco negrero de los que, desde el golfo de Guinea o el archipiélago Cabo Verde, atravesaba el Atlántico rumbo a Brasil o subía hacia Europa.

Las enfermedades y las epidemias estaban aseguradas. Se agravaban porque no se solía contar con personal médico entre la tripulación y apenas se llevaban medicamentos. Tampoco se acostumbraba a mantener un control sanitario sobre los que se embarcaban en las naves y parte de la tripulación estaba constituida por mendigos y presos que ya subían con dolencias, entre ellas la sífilis, que hizo estragos en el siglo XVI. El viaje se convertía en un verdadero suplicio en el que la pérdida de vidas humanas podía llegar a alcanzar al cincuenta por ciento de la tripulación y el pasaje. 

Las variaciones climáticas , la desnutrición, las enfermedades pulmonares eran las principales causas de mortalidad. La mala calidad de los alimentos y la falta de vitaminas, sobre todo de vitamina C, eran la causa de tan temido escorbuto, el mayor y más cruel asesino de marineros durante cientos de años, y del cual se desconocía por completo sus causas. Los síntomas de la enfermedad se detectaban por la inflamación y el endurecimiento de la piel, sobre todo de las piernas, la cara, la garganta y las encías. La piel tomaba un color sanguinolento y violáceo que dejaba los músculos rígidos. Aparecían ulceras en la boca que hacían caer los dientes, impedían tragar los alimentos y producían un aliento repugnante. Los muslos se cubrían de pústulas y marcas como de picadas de pulgas y la sangre empezaba a manar por los poros de la piel como si fuera sudor. Progresivamente, la enfermedad iba pudriendo toda la carne del cuerpo, haciendo que los hombres murieran-algunos, en pocos días, pero otros tardaban mucho tiempo- no tanto con dolor, como entre desmayos y ataques de nervios y de íra, porque el hígado y el bazo habían crecido desmesuradamente, asfixiados, por que los pulmones e iban secando, desangrados y deshidratados, porque las heridas y las pústulas no conseguían cerrarse , y con un hambre feroz, porque la molestia de las encías y la inflamación de la garganta impedían mascar e ingerir los alimentos.

El francés Pyrard de Laval se horrorizaba a finales de siglo XVI ante los enormes pedazos de carne podrida que el cirujano cortaba de las encías de los hombres. La solución fue sencilla y se encontró dos siglos más tarde: se empezaron a cargar las bodegas de las naves con naranjas y limones, tal y como se muestra la pintura de arriba. Pero esa solución llegó tarde, ya que el escorbuto había sesgado la vida a cientos de almas e hizo enloquecer a otras miles durante varios siglos.

A todo esto, que no es poco, hay que añadirle el riesgo que de por sí tenía una aventura como esta, donde ni siquiera se disponían de mapas y se navegaba «a ciegas» encontrando nuevos mundos a su paso. Además, estos marineros tenía que enfrentarse al mar y a las inclemencias del tiempo que les era completamente desconocidas por aquellos lares. Y no que hay que olvidar la piratería de aquella época, donde en ocasiones además sería necesario enfrentarse en fuertes batallas, ya que estos barcos, además de explorar y cartografiar el planeta, iban cargados de especias para el rey y de otras mercaderías, tan valiosas en aquella época. A pesar de todo, el viaje era rentable en términos económicos, ya que de esta manera se evitaba la ruta por tierra, donde era necesario cruzar reinos musulmanes.       

 Es curioso, pero de todas las apasionantes historias de náufragos en islas desiertas del siglo XVI, en ningún momento los narradores ni protagonistas hacen mención alguna sobre la belleza de los lugares ni de la pureza de sus playas, teniendo en cuenta que en ocasiones, llegaban a naufragar en paradisíacos atolones de las Maldivas o en islas de ensueño del Pacífico. Estos náufragos involuntarios, lejos de valorar su suerte como afortunada, caen en un terrible pesimismo. Aunque a decir verdad, debido la profunda o casi extrema religiosidad de la época, los personajes se sienten pecadores el estar tan lejos de tierras cristianas sin  poder recibir los Santos Sacramentos y acabar muriendo sin un religioso que le diese la extrema unción.  Y yo me pregunto, teniendo en cuenta la terrible vida que estaban condenados a vivir a bordo, llenas de sufrimiento y penurias ¿No hubiese sido preferible naufragar en una isla desierta y empezar una nueva vida en el verdadero y eterno paraíso?  

Ahora dime. Si fueses un marinero en aquella época, ¿te hubieses abandonado voluntariamente en una isla desierta? Puedes dejarme tu comentario más abajo. 

 

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Victor Dot mayo 17, 2012 a las 11:54 am

Yo prefiero que me coman los tiburones!

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Alvaro Cerezo agosto 29, 2014 a las 9:34 pm

🙂

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Alejandro Valdez Meza noviembre 9, 2013 a las 7:34 pm

HORROR

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Alvaro Cerezo junio 30, 2016 a las 11:53 pm

😮

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Federico Maldonado abril 8, 2014 a las 10:32 pm

SI tranquilito! ja ja ja!

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Santiago Gonzalez abril 8, 2014 a las 10:37 pm

Eso Es De La Espancion?

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Alvaro Cerezo agosto 29, 2014 a las 9:33 pm

🙂

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Federico Maldonado abril 9, 2014 a las 8:38 pm

SI (y es expanción) ja ja ja!

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Angel Sempere Juan octubre 26, 2015 a las 11:43 pm

pOR SUPUESTO. Me habría quedado en una de esas islas a vivir la vida. Aún hoy sin tantas penurias como ellos, lo haría.

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David Alejandro diciembre 8, 2015 a las 12:23 am

En una isla desierta no. En una isla donde por lo menos haya mujeres jóvenes o naufragar con varias mujeres jóvenes en una isla deshabitada por el ser humano pero con todos los recursos naturales necesarios para vivir.

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Alvaro Cerezo junio 30, 2016 a las 11:46 pm

Si. Pero entre estar en uno de esos barcos o en una isla desierta solo…

Yo me quedo con la isla 🙂

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Manuel González mayo 8, 2016 a las 8:23 am

usted compara un tiempo atrás con el actual y se horroriza,, pero comete un error,, vivir como vivian era siempre algo parecido para ellos.
yo que acostumbraba a ducharme todos los días, cuando fui al ejército y pasaban semanas sin ducha, el olor y el mal olor empezaron a formar parte de mi aroma natural y mi cerebro los desconectó.
recuerdo que me duchaba una vez al mes en unas duchas públicas que había en el esadio de Atocha, donde cogí un herpe que aún vivo con él.jejejej
le diré una cosa.. es usted un pijo.

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Alvaro Cerezo junio 30, 2016 a las 11:53 pm

Pero al menos tendrías comida y agua 🙂

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Alvaro Docastaway junio 30, 2016 a las 10:45 pm

😀

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Alvaro Docastaway junio 30, 2016 a las 10:45 pm

🙂

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Alvaro Docastaway junio 30, 2016 a las 10:45 pm

🙂

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